La escucha activa

Por Silvia De Diego, miembro del equipo de Baud.

Noche de verano en el pueblo: silla de río plegable, chaqueta y manta. El kit para pasar una noche al fresco y esperar a que empiece la función de los maestros en el arte de la conversación.

Vecinos que se congregan aleatoriamente, charlas fluidas que terminan de manera natural cuando uno de los conversadores decide continuar su camino, saltos impredecibles de un tema a otro, alegrías y penas en la misma intervención. Un caos ordenado, armonioso.

Desde pequeños algunos hemos tenido el privilegio de participar como oyentes de este arte cada día más escaso.
Si todavía hoy tenemos la suerte de admirarlo y lo hacemos con atención, tendremos la oportunidad de poner en práctica otro arte más en desuso aún, el de escuchar.

Porque del tiempo que le dedicamos a comunicarnos, casi la mitad lo pasamos escuchando, pero no siempre lo hacemos plenamente.
Rodrigo Ortiz, en el libro Aprender a Escuchar, incluía varios tipos de escucha. Los niveles más bajos incluyen desde escuchar sin interés, a escuchar sólo lo que te interesa, escuchar seleccionando las ideas principales o la escucha de respuestas dirigidas por nuestras preguntas.

El nivel más perfecto se alcanza con la escucha activa.

La escucha activa implica interpretar la totalidad del mensaje:

La comunicación no verbal, los silencios, la entonación de nuestro interlocutor, las emociones, pero también demostrarle que lo hemos interpretado correctamente.
Genera confianza, credibilidad, complicidad y entendimiento, facilitándonos el acceso a la información más relevante.

Esas noches de verano nos permitieron ejercitar la escucha activa aún antes de saber de su existencia. Una escucha que ahora aplicamos con nuestros clientes al empezar cualquier proyecto para extraer lo verdaderamente relevante y diferenciador de sus propuestas, la esencia que debemos encontrar, cuidar y potenciar para crear marcas únicas, pero también reales.

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Imagen de Joshua Sazon.